Este es uno de los libros de ciencia ficción cuya trama causa enorme angustia entre los lectores contemporáneos debido a la trama principal: un mundo distópico inmerso en constantes guerras, con un “eterno enemigo” al acecho, donde un gobierno dictatorial adiestra a sus bomberos para generar incendios no para mitigarlos, y no solo eso, la labor de estos es destruir todos los libros que encuentren.
La gran interrogante “¿Por qué?” “¿Qué tienen los libros de malo?” surge en la mente de nuestro protagonista Guy Montag, quien luego de varios años y tras aniquilar bibliotecas enteras, confronta a uno de los baluartes de la civilización humana: la transmisión del pensamiento humano y sus valores por medio de la letra impresa en papel.
Criado en una sociedad donde el estado posee el control absoluto de todas las actividades de los individuos, víctima de un adoctrinamiento total desde joven por las ideas de su gobierno, Montag entra en una hecatombe existencial cuando lee unas pocas páginas de un libro y su universo cambia diametralmente. Una vez en el abismo y regresado de él , ya no puede continuar con su vida en un matrimonio fantasma habitado por pantallas omnipotentes que le regresan personajes ficticios que simulan familias felices , con una esposa enajenada que tiene solo afecto para estos entes quiméricos que habitan en la televisión .
El escritor de esta fantasía, Ray Bradbury, como miembro de la sociedad de la posguerra a finales de los años 40 (posiblemente inspirado por las dictaduras de la época) nos ofrece un panorama donde el totalitarismo y el colectivismo son los moldes correctos a seguir. El individuo libre tanto de acción como en su conciencia es peligroso y merece la extinción en este alternativo cosmos occidental.
El acercamiento de Guy con la literatura de alguna manera recuerda a los lectores (entre los que me incluyo) quienes sin mayores expectativas entraron en el dialogo con las ideas de distintos antecesores, de seres que, aunque muertos, vivirán en el universo de las palabras eternamente. Esto también ocurre cuando conoce a otros personajes que han dejado la masa humana para ser individuos, y como él, únicos e irrepetibles.
La principal falla que le encuentro al libro es que si bien los personajes cuentan con personalidades definidas renuncia a la profundización de los mismos en aras de no opacar al protagonista. Tampoco nos adentra al lectura en el mundo alternativo que les rodea a estos individuos, se asoman vestigios de otras lecturas (1984, Un mundo feliz) que sirven apenas para completar la fantasía de un escenario que el autor se negó a completar. En consecuencia el final pierde parte de su impacto aunado al tono apresurado que le acompaña.
Aún así la lectura de Fahrenheit 451 merece hacerse, sobre todo en estos tiempos, con redes sociales que censuran y una sociedad cada vez más alienada a lo “políticamente correcto” que no permite la polifonía discursiva.